Insultaba. Insultaba a los cuatro vientos. Todo le molestaba, esta claro que vivía nervioso,presa de su torpeza natural, enojado porque todo lo que le pasaba a diario lo confundía.
Quería tener estilo. Para ir a trabajar lo hacía de traje, sombrero fungi estilo tanguero y maletín en mano.
No podía con el genio, todos los días iba a la parada del colectivo, mientras se quejaba en voz baja de la cola de gente esperando, de los colectivos cargados de pasajeros que le hacían pensar lo que le podía esperar. El siempre veía el día nublado.
Se quejaba del viento que le desacomodaba el sobretodo cuando no lo tenía abrochado, que le corría el sombrero de la cabeza, que el maletín por lo pesado le cansaba la mano, y entonces lo pasaba a la otra mano, luego esta se cansaba y terminaba en el piso entre sus piernas para finalmente volver a la primer mano haciendo así un circuito interminable.
Se quejaba, se quejaba y en eso una ráfaga de viento le voló el sombrero fungi estilo tanguero justo cuando a una cuadra se vislumbraba la llegada del colectivo que tanto esperaba. No quedaba mas opción, había sido una adquisición demasiado cara, por lo que tomo su maleta del suelo y entre maldiciones dedicadas al mismo viento vio como el accesorio iba tomando altura, y el, corriendo para ver si en algún momento podía hacerse de nuevo con su elemento.
Como les decía, corrió por la vereda, corrió esquivando vendedores ambulantes, chicos de primaria y secundaria, señoras comentando los avances de la novela de la noche anterior, y simples personas distraídas de este pobre desgraciado que termino impactandolas, y que sin tiempo alguno de disculpa correspondiente, se reincorporaba, continuaba su andar desesperado maldiciendo al viento por el cansancio provocado, por el calor que ahora llevaba encima pese a ser una mañana de 8 grados de temperatura.
La transpiración en la frente, el traje todo desacomodado, la escena para cualquier automovilista de un hombre con sobretodo cruzando la calle a las corridas atrás de un sombrero que tenía a dos metros por encima resultaba por demás entretenida.
Finalmente y tras dos cuadras de persecución muy poco inadvertida por los transeúntes, nuestro personaje logra hacerse con su tan apreciado sombrero fungi estilo tanguero, al cual el viento ha dejado caer sobre una de las entradas a una galería comercial, allí en Av. Colon.
El se detiene frente a el, lo mira, lo mira mientras respira con intensidad, lo mira mientras respira con intensidad y nota con franca desilusión lo desacomodado y húmedo de transpiración que ha quedado su traje.
La gente lo mira a el, lo miran y tratan de entender la escena ocurrida a las 7 am. Todos a su alrededor entienden que aún tienen sueño, excepto el, que lo perdió persiguiendo un sombrero, el único sombrero en las dos cuadras que duro la persecución, y quizás también en toda esa parte de la ciudad.
El se acerca a su sombrero, lo levanta, lo sacude y lo regresa a su ahora despeinada cabeza, para luego mirarse las manos, mirar su maleta y maldecir su mala suerte cotidiana.
En eso llega el colectivo, que se detiene en el punto indicado a pocos metros de el. El se sorprende, haber corrido tan rápido como para adelantarse al vehículo.
Se alegra, es que quizás no fue un día tan malo, algo bueno puede rescatar después de tan traumatica escena.
- "Quizás este pueda ser un gran día", dice ilusionado mientras camina a la parada para abordar el colectivo.
Quería tener estilo. Para ir a trabajar lo hacía de traje, sombrero fungi estilo tanguero y maletín en mano.
No podía con el genio, todos los días iba a la parada del colectivo, mientras se quejaba en voz baja de la cola de gente esperando, de los colectivos cargados de pasajeros que le hacían pensar lo que le podía esperar. El siempre veía el día nublado.
Se quejaba del viento que le desacomodaba el sobretodo cuando no lo tenía abrochado, que le corría el sombrero de la cabeza, que el maletín por lo pesado le cansaba la mano, y entonces lo pasaba a la otra mano, luego esta se cansaba y terminaba en el piso entre sus piernas para finalmente volver a la primer mano haciendo así un circuito interminable.
Se quejaba, se quejaba y en eso una ráfaga de viento le voló el sombrero fungi estilo tanguero justo cuando a una cuadra se vislumbraba la llegada del colectivo que tanto esperaba. No quedaba mas opción, había sido una adquisición demasiado cara, por lo que tomo su maleta del suelo y entre maldiciones dedicadas al mismo viento vio como el accesorio iba tomando altura, y el, corriendo para ver si en algún momento podía hacerse de nuevo con su elemento.
Como les decía, corrió por la vereda, corrió esquivando vendedores ambulantes, chicos de primaria y secundaria, señoras comentando los avances de la novela de la noche anterior, y simples personas distraídas de este pobre desgraciado que termino impactandolas, y que sin tiempo alguno de disculpa correspondiente, se reincorporaba, continuaba su andar desesperado maldiciendo al viento por el cansancio provocado, por el calor que ahora llevaba encima pese a ser una mañana de 8 grados de temperatura.
La transpiración en la frente, el traje todo desacomodado, la escena para cualquier automovilista de un hombre con sobretodo cruzando la calle a las corridas atrás de un sombrero que tenía a dos metros por encima resultaba por demás entretenida.
Finalmente y tras dos cuadras de persecución muy poco inadvertida por los transeúntes, nuestro personaje logra hacerse con su tan apreciado sombrero fungi estilo tanguero, al cual el viento ha dejado caer sobre una de las entradas a una galería comercial, allí en Av. Colon.
El se detiene frente a el, lo mira, lo mira mientras respira con intensidad, lo mira mientras respira con intensidad y nota con franca desilusión lo desacomodado y húmedo de transpiración que ha quedado su traje.
La gente lo mira a el, lo miran y tratan de entender la escena ocurrida a las 7 am. Todos a su alrededor entienden que aún tienen sueño, excepto el, que lo perdió persiguiendo un sombrero, el único sombrero en las dos cuadras que duro la persecución, y quizás también en toda esa parte de la ciudad.
El se acerca a su sombrero, lo levanta, lo sacude y lo regresa a su ahora despeinada cabeza, para luego mirarse las manos, mirar su maleta y maldecir su mala suerte cotidiana.
En eso llega el colectivo, que se detiene en el punto indicado a pocos metros de el. El se sorprende, haber corrido tan rápido como para adelantarse al vehículo.
Se alegra, es que quizás no fue un día tan malo, algo bueno puede rescatar después de tan traumatica escena.
- "Quizás este pueda ser un gran día", dice ilusionado mientras camina a la parada para abordar el colectivo.
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