Yo me acuerdo aún de esa noche. Si, yo aún lo recuerdo.
Corría Diciembre del 2010, era la antesala de la final de la Copa Sudamericana que Independiente jugaría con Goias de Brasil.
La tensión en mi cuello y en mi espalda fueron la gran vedette de aquellos días, y en especial de aquella noche.
Llegar de la facultad y buscar en internet alguna transmisión de esas bien truchas, sentarme y empezar a rezongar cada 2, cada 3, cada 5 minutos, porque se caía la señal, la podrida señal trucha.
Por ese entonces ni internet pagaba yo, me limitaba a tomar señales que figuraban sin contraseña por la zona. No había plata para tanto lujo.
En fin, me senté, escuche el partido, que fue genial, porque en la ida habíamos perdido por 2 a 0, y ahora, en la vuelta, arrancamos con ellos metiéndonos un gol, pero en rápidas reacciones de nuestros delanteros pasamos a ponernos por 3 a 1. Parecía una final soñada, la tensión al máximo, de seguir con este resultado, pasábamos a los suplementarios de "15 y 15", y ni hablar si persistía el mismo resultado; ahí ya pasaríamos a los penales.
Todo eso sucedió.
Los suplementarios fueron una tortura donde ninguno se toco, y en los penales la sangre hervía.
A todo esto, los 3 goles de Independiente los grite con un desespero único. No podrían imaginar algo menor en los penales.
Pero entre tanto y tanto sería útil entender cual era el contexto en el que trascendía mi noche.
Yo vivía en un edificio, mis vecinos en el piso no eran de darse a conocer mucho. Excepto una de las vecinas.
Un caso muy particular. Criada en la alta alcurnia, ella y su hija (que no pretendía que la consideraran menos que la madre), eran de las típicas copetudas de un conchetisimo barrio porteño.
Nunca me explico como carajo fue que termino en el centro de Córdoba, al que según ella, odiaba con todo su corazón; desde lo mas profundo de su corazón.
Ella gritaba muchas blasfemias. Era peor que un patovica cuando quería expresarse agresivamente con alguno de los vecinos. Ella estaba convencida de que tenía el derecho a tratarnos como a una mugre.
Curiosamente yo le caía en leve simpatía, razón por la cual algunas veces tenía que soportarla.
Aquella vez la había visitado una hermana, que se la daba de española, pero vivía también en el interior del país.
Fue esa noche que estaban todas reunidas en el departamento, viendo un programa de la televisión estatal española.
Hubieran visto el programa sin problemas pero cada tanto se escuchaban gritos en el departamento de en frente; gritos que ellas escuchaban bien porque tenían la ventana abierta, al igual que el vecino que gritaba.
Cada gol para mí irradiaba la necesidad de gritar desesperadamente. Los penales no fueron menos, no llegue a mi libertad en pleno con los últimos tiros porque salto esa mujer engreída en aire gallego y empezó a increparme muy alardeantemente:
- ¡Podes dejar de gritar que trato de ver la televisión tranquila!
No podía ser menos y salí al cruce de inmediato:
- ¡Seguí con lo tuyo y a mi no me jodas!
Y en ese momento fue que recurrió a la amenaza:
- ¡Si no te dejas de joder voy a tener que llamar a la policía!
Cansado de la discusión, le cerré el dialogo:
- ¿Sabes que? ¡Voy a cerrar la ventana porque no tengo ganas de discutir con vos!
Y así fue.
Últimos tiros desde el área penal, remata el maestro, remata Tuzzio. Gol y a otra cosa. Gol y grito desaforado, quizás mas desesperado y con mas fuerza que nunca antes. Quizás mas que en aquella copa local del 2002.
La vieja manotea el teléfono, yo empiezo a saltar y cantar en el comedor, de ahí pego el salto a la habitación, arranco la bandera de la pared a la que solo estaba unida por unos puñados simples de cinta transparente gruesa, corro a abrir la puerta, corro por el pasillo a los gritos, bajo las escaleras a los gritos, salgo del edificio gritando, cantado desaforado, y en eso llama mi viejo a mi celular:
- Hijo, ¿sabes como salio el partido?
- ¡Ganamos!, ¡estoy yendo al centro a festejar!
- Bueno, bueno, jaja, no vuelvas tarde nomás.
- ¿Chau Pá!
- Chau hijo
Entro a la peatonal, llego a la calle Tucuman sorteando insultos de fanáticos locales que nunca supieron lo que es ganar una copa local, menos sabrán lo que es ganar una internacional.
Llego a la avenida Velez Sarfield pero el transito es el de siempre, entonces bajo hasta casi llegar a la Peña del club en la ciudad (Peña que hoy ya no existe), y los veo salir a todos en caravana y cantando, de modo que me llego eufórico a sumarme con ellos.
Había algunos uniformados, mucho no nos importo a los casi 200 que terminamos cortando el transito, caminando y cantando alrededor del poste que en su parte mas alta tenía una cámara para vigilar el movimiento vehicular, justo en la intersección de las avenidas Velez Sarfield, Irigoyen y Bv. San Juan.
Aparecieron mas de esos aguafiestas pero esta vez vestidos de civil. Tampoco nos importo, durante poco mas de una hora nos divertimos haciéndolos rezongar cada vez que los esquivábamos, puesto que en cada ocasión que se acercaban a corrernos para la vereda del Shopping que da a Velez Sarfield, nosotros salíamos a darle otra vuelta al susodicho poste, dejándolos a ellos acaparando los insultos de los automovilistas.
Ya para cuando nos cansamos de verle la sufrida cara de bronca a los canas, para cuando nos cansamos de cantar, nos dispersamos. Cada uno a su casa, porque después de todo la vida sigue, y esos momentos en realidad son solo instantes, y duran y deben durar solo lo que dura un instante.
Por eso volví a casa, sintiéndome campeón, quizás como muy pocas veces en mi vida me sentí.
Dormí tranquilo, dormí feliz.
Pero fue esa noche, que entre esos momentos, entre canto y canto, cuando nos detuvimos en la avenida después del ritual de darle la vuelta al poste de transito, se me dio por mirar al cielo.
El se había ido poco mas de un año atrás. Mi abuelo.
El me transmitió el sentimiento por un club que ni siquiera era de mi zona, puesto que mi familia es de Chubut, y yo lo mas lejos que llegue fue a Córdoba, pero nunca pise Buenos Aires.
El había sido ferroviario. Dicen los que lo vieron en el taller, los que presenciaron esas épocas, que el fue uno de los mejores ferroviarios que pudo haber en el pueblo. En El Maiten.
El fue en sus inicios un empleado en una estancia a cargo de unos ingleses, trabajaba arreglando herraduras y demás materiales que en lo cotidiano se dañaban.
Un buen día, tras recibir la noticia y meditarlo, emprendió el camino hacia la estación ferroviaria, su encargado en la estancia le había dicho que ese era un error enorme.
Tomó el tren, paso frío, llego a un pueblo desértico, horrible, donde empezaría su formación: Las Martinetas, provincia de Buenos Aires.
En el Ferrocarril empezabas de abajo, y eso implicaba salir a reparar rieles y durmientes. Ser "Obrero de Vía y Obra" era extremadamente agotador, coordinarse con los compañeros, cavar, trabar el riel, y a fuerza de mazazos sacar un durmiente que, entre 4 hombres había que llevar con el resto de los materiales a fin de ser revisado en el taller principal.
Fueron años difíciles, sufridos por sobre todo, de crecer laboralmente, de ir escalando, de mirar la planilla de "Traslados y Vacantes".
Esa planilla que el chequeaba todas las semanas. El objetivo era claro, había que volver a El Maiten.
Reviso esa planilla durante meses, hasta que surgió la posibilidad. Comenzó a trasladarse cada vez mas cerca, de modo que el momento estuviera cada vez mas latente.
Y fue así que logro regresar a la Patagonia, quedando a muy pocos kilómetros de lograr el anhelo.
Finalmente logró obtener el pase a su pueblo amado. Su superior salio a atajarlo, a decirle que solo perdía el tiempo, que en ese pueblo no iba a progresar. Pero el no lo escucho, armo el bolso y emprendió con rumbo a la estación ferroviaria.
Atrás iban quedando los días en que llego y el ingeniero que vio bajar del vagón a todos los chicos en busca de trabajo exclamó:
- ¿Que hizo el ingeniero en Maiten? ¡si yo no necesitaba a tantos!, acá mínimo la mitad se van a tener que volver.
En esos momentos lo salvo la liquidación que le dieron en la estancia, que le alcanzo para mantenerse a el y a otros obreros mas. Lo salvo tener una libreta a mano, para calcular lo que prestaba y asegurarse de que le fuera devuelto, para asegurarse de poder subsistir mientras todos los recién llegados eran puestos a prueba a fin de ver quienes serían los que se quedarían trabajando en la estación de Las Martinetas.
Atrás quedo aquel sufrimiento, ahora volvía un hombre formado, con nuevas ideas de como progresar en lo personal.
Allí nacieron sentimientos, pasiones, sufrimientos.
Entre esos sentimientos, pasiones y sufrimientos hubo algo que aprendió y excedía su formación como ferroviario.
Me contó alguna vez que en ocasiones al salir de trabajar se iba al bar de ese pueblo bonaerense, se sentaba y trataba de pasar el rato. Pero no era fácil, los compañeros discutían respecto de cual era el mejor equipo de fútbol en aquel entonces, que si era River, o que si era Boca, y la verdad es que a mi abuelo lo tenían bastante cansado con ese tema.
Por aquel entonces el había quedado sorprendido con un equipo que a nivel internacional generaba un respeto nunca antes visto en todo el mundo.
Lo que hacía el Club Atlético Independiente no era captado del todo aún en el país. Pero fuera de Argentina despertaba fascinación, al punto tal de que un medio en Colombia propuso cambiarle el nombre a la "Copa Libertadores de América" por el de "Copa Libertadores de Independiente".
Todo esto deslumbraba a mi abuelo, sumado a algunos torneos locales ganados en ese tiempo, y por sobre todo a la destreza de los jugadores de entonces que, comandados por Bochini y Bertoni, se encargaban de dejar en claro que ellos iban a rendir tributo a la primera linea del Himno Tango del Club, esa que dice "Somos los de Independiente de pierna fuerte y templada".
Fue suficiente para el, y fue suficiente para responderle a cada pasmado que se acerco desde ese momento a preguntarle:
- ¿Y vos Guillermo que pensas? ¿para vos quien es mejor? ¿River o Boca?
Fue muy simple para el:
- ¡A mi me dejan de joder con eso, yo soy de Independiente!
Suficiente y a otra cosa. No se hablo mas del tema. Ahora había otras preocupaciones, había que ver personalmente a ese equipo de juego místico, o como se decía en aquellos días: "De paladar Negro"
Supo a través de la radio que Independiente jugaría con Olimpo en Bahía Blanca, fue entonces que un domingo de franco salio corriendo a tomar el tren para ver y deleitarse. Fue una victoria sublime. Fue conocer un mundo que hasta aquel entonces solo había escuchado por boca de otros.
Luego los vio en Avellaneda, eso fue distinto, porque llego tarde y tuvo acomodarse en la tribuna visitante, la de Huracan, y muy callado ver como sufrían los porteños quemeros, como insultaban el perder por 1 a 0. Siempre recordó como despotricaron contra "La hormiguita roja", un jugador de ese entonces.
Esa pasión la llevo a El Maiten, donde en la estación los obreros hablaban de juntarse a jugar a la pelota. La inspiración los llevo a salir del turno noche a picar ladrillos y bloques antes de volver a casa, para luego empezar a levantar un club que tendría mucha impronta de aquellos que por radio escuchaban ellos que existían en Buenos Aires.
Mi abuelo me dio la pasión por un club que no llegue a conocer nunca en lo personal.
Aquella noche de Diciembre del 2010 miré al cielo y creí encontrarme con el.
El ya se había ido, el cáncer lo había consumido, pero en mi mente seguía presente.
Yo desde ese entonces comencé a crear dentro de mi la conciencia de que uno nunca muere. Es el olvido el que puede matarte.
Comprendí que mientras estuviera en mi mente, mientras yo lo recordara en lo cotidiano, el seguiría presente. El solo moriría si yo lo dejaba escapar de mis recuerdos, si le soltaba la mano y lo dejaba perderse en el firmamento.
El firmamento puede ser blanco o negro, pero a medida que algo avanza en el, uno lo va perdiendo de vista por haberlo dejado ir.
Fue por eso que no quise soltarle la mano. El me llamo unos días antes de partir, me explico que ya no podía respirar bien, que era inevitable la llegada del final, me dijo: "Estudia mucho, siempre te voy a querer".
Comprendí que mi mundo comenzaba a desmoronarse, que no había nada que yo pudiera hacer, el transitando sus últimos días en El Maiten, y yo en Córdoba, tratando de asimilar en soledad la dureza del momento.
Nunca quise soltarle la mano. Unas semanas antes nos abrazamos en el hospital del pueblo y lloramos lo que sería nuestro último encuentro.
Siempre lo voy a querer. Mas allá de todo. Recordando los paseos de niño en su camión por el pueblo.
Siempre lo voy a querer. Incluso mas allá de esta existencia. Yo sé que el hizo su mejor esfuerzo por dejarme algún legado, aún desde su mas humilde situación.
Lo nuestro fue una pasión mutua por el fútbol y los trenes.
En conciencia de la víspera del 1º de Mayo, día Internacional del Trabajo, y en recuerdo del 2 de Mayo, fecha de tu partida a la inmortalidad, quiero recordar al primer trabajador de nuestra familia reconocido por el estado argentino.
Te quiero abuelo, siempre te voy a querer.